Dinámica inflacionaria: el creciente costo de la monetización del déficit fiscal

Día a día nos acercamos a las góndolas a adquirir un producto, y notamos que los precios han subido respecto ya no sólo respecto a los meses previos, sino directamente frente a los días anteriores. Esto es consecuencia de una inflación mensual con un piso del 6% o 6,5% en el que se ha estacionado hace unos meses, y tiende a ir al alza.

La dinámica inflacionaria a la que nos enfrentamos no es nada nuevo, ha sido un tema recurrente en nuestro país y en otras economías del mundo, principalmente cuando el Banco Central (BCRA) se convierte en un apéndice del Tesoro, y su función básica que es mantener estable el valor de la moneda (es decir, hacer una política que no genere disparadas inflacionarias ni deflaciones) es dejada de lado, para convertirse simplemente en una máquina de imprimir dinero para financiar las crecientes necesidades financieras de Hacienda.

De esta forma, el desequilibrio fiscal es el motor de este nefasto engranaje en el que opera hoy por hoy la economía argentina. Vemos todos los días la creación de nuevos programas sociales, bonos de «contención» a los sectores vulnerables o compensaciones a sectores que piden dinero de manera extorsiva, y ese gasto es lo que presiona a la inflación al alza, ya que esas erogaciones no se pagan solas: sin más impuestos y sin posibilidad de endeudamiento, el único camino que resta es la emisión monetaria.

Sin embargo, el BCRA aun cuenta con una herramienta para quitar del mercado el dinero excedente que emite, que son sus instrumentos de esterilización, en este caso, pasivos remunerados, conocidos en nuestro país como LELIQS y pases netos: de esta manera, el ente emisor «quita» dinero circulante del mercado, a cambio de bonos propios, por los que se compromete a pagar una tasa de interés por la inmovilización del dinero.

El Banco Central cuenta con las LELIQS y los pases netos para quitar del mercado el dinero excedente que emite.

En este escenario, vemos que desde que asumió Alberto Fernández, los pasivos remunerados del BCRA se incrementaron un 635%, pasando de $1.160.412 millones a $8.525.788 millones. No sólo la dinámica es explosiva cuando se analizan estos datos, sino también cuando se observa la tasa de interés que pagan estos pasivos, que ya se ubican en el 75% de TNA y una TEA de 107.35%.

Más preocupante resulta cuando se analizan los datos del último mes, tras el cambio de gestión en la cartera de Economía, y las numerosas promesas (que no son más que eso) de «políticas antiinflacionarias». Entre agosto y septiembre de este año, las LELIQS aumentaron más de $1.000.000 millones y los pases $500.000, lo que implica una suba del 15,9% y 49,6% mensual, respectivamente.

Con una base monetaria que descendió en el mes un 2.5% mensual, salen los economistas heterodoxos a decir que la inflación no es un fenómeno monetario, debido a que ésta sigue escalando a pesar de la reducción del stock de dinero en circulación más reservas bancarias. Sin embargo, el análisis conjunto muestra que la emisión existió, solo que fue «barrida debajo de la alfombra» con los instrumentos mencionados, información que los agentes conocen e internalizan para formar sus expectativas inflacionarias.

Esta baja en el stock de base monetaria, sumado a la creciente esterilización (canje de base monetaria no remunerada por bonos del BCRA) llevó el coeficiente de pasivos remunerados por peso de base monetaria al máximo desde que asumió Fernández, ubicándose en 2,04. Esto implica que la deuda del BCRA que devenga intereses más que duplica el circulante más las reservas bancarias (sin sumar los intereses a pagar, los cuales implican emisión adicional).

Lo más preocupante es que con esta «contención» tenemos una inflación anual que cerrará en torno al 100%, y a pesar de que los agentes internalizan este desequilibrio monetario en sus expectativas, no tienen realmente idea de las cifras que manejamos.

De darse un escenario hipotético en la que no se renueven más los pasivos remunerados, el BCRA debería emitir más de $8.000.000 más intereses, lo que llevaría el dinero en circulación a una cifra de aproximadamente cuatro veces la actual. ¿Qué inflación podríamos esperar en ese contexto? No es muy preciso hacer cálculos en estos escenarios, ya que las dinámicas tienden a tener comportamientos de espiralización (o aceleración) porque además del incremento de la cantidad de dinero en el mercado, la demanda por él tendería a cero.

El diagnóstico es grave, y el cuadro se agrava mes a mes. Sin embargo, vemos que desde el Gobierno siguen generando nuevos gastos, como si los recursos aparecieran mágicamente. El cambio en el equipo económico no trajo ninguna solución, y no la traerá, solo se trata de parches, y sin un cambio sustancial en todo el eje de la política económica (fiscal, monetaria y cambiaria) que vire de un Estado impagable a una economía a favor de la producción, el empleo y la generación de valor, no habrá solución posible.

En un contexto como el actual, la única solución es un golpe drástico de timón, que sin dudas no lo hará el actual gobierno. Habrá que ver las opciones de cara a las elecciones de 2023, y revelar nuestras preferencias electorales (y económicas) sobre si queremos seguir en este sendero de cada vez más inflación y pobreza, o deseamos volver a ser el país pujante de principios del siglo pasado.

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La gente acelera consumos en el corto plazo para ganarle a la inflación

A pesar de la erosión de los ingresos reales debido a la alta inflación, el consumo privado se mantuvo con buen pulso en septiembre y esa situación podría prolongarse durante lo que resta del año.

Pero este incremento de las compras no está generado por una mejora de la actividad. Ocurre que la aceleración de los precios incentiva a la gente a consumir bienes y servicios en el corto plazo como estrategia para ganarle a la inflación. Aunque, a cambio de estas gratificaciones inmediatas, los consumidores resignan capacidad de ahorro.

Una posible explicación de este fenómeno «consumista» que se da en el segmento medio y alto de la población y que no cede a pesar de la violenta suba de precios se encuentra en el aumento de la velocidad de circulación del dinero, que agrega presiones adicionales sobre el nivel de precios.

«Los consumidores, sabiendo que a estas tasas de inflación pierden poder de compra día a día, aprovechan para gastar todo el ingreso en bienes durables o stockeables”, explica Eliana Scialabba, directora ejecutiva del Centro de Estudios Económicos Argentina XXI.

De acuerdo con esta visión, el consumo privado, que según el INDEC subió 10,7% interanual en el segundo trimestre del año, “solo podría complicarse” si ocurriera una mayor escalada inflacionaria como producto de las mayores restricciones que ya se están haciendo cada vez más visibles del lado de la oferta, advierte.

Por ahora, la curva positiva de los niveles de compra de la población mostró, en esa última suba del segundo trimestre del año (10,7%), la quinta expansión de los últimos cuatro años, acelerándose marginalmente respecto del trimestre previo. De esta forma, el consumo hoy se ubica en niveles similares a los de prepandemia.

​El análisis del Centro de Estudios Económicos Argentina XXI forma parte de un informe que analiza el comportamiento de las variables económicas más tradicionales para medir el consumo: las ventas en shoppings, supermercados y comercios mayoristas, la recaudación del IVA y el consumo de servicios públicos, entre otras. Todo, en base a datos oficiales.

Gastar los pesos lo más rápido posible​

“No se esperan cambios para el resto del año, solo será una carrera de gastar lo más rápido posible los pesos, lo que le da margen al Gobierno para mostrar números “favorables” de consumo.

​​»Mientras los asalariados formales no han sufrido grandes pérdidas, los informales o los de ingresos más rígidos sufren la mayor erosión del poder de compra”, agregó el informe del Centro XXI. El trabajo destacó que «en agosto los salarios reales, considerando privados registrados y no registrados y públicos, se redujeron un 8.9% interanual y 4.4% respecto de julio.

Más sombrío es el panorama del poder de compra de los hogares si en lugar de considerar el nivel general del IPC del INDEC se toma en cuenta la evolución de precios de alimentos y bebidas, rubro en el que los hogares, en promedio, gastan casi un tercio de sus ingresos. La baja del salario, en este caso fue del 12,3% en un año y del 5.7% en un mes.

Desde la asunción de Alberto Fernández, la pérdida del poder de compra de la canasta básica fue del 10,5% punta a punta. En cambio, teniendo en cuenta la evolución de los precios en los alimentos y bebidas, la baja del ingreso fue superior, del 15,8%.

Nota completa en Clarín